No tiempo

El tiempo en esta era se ha convertido en un precepto imprescindible, en una especie de palabra sagrada que abarca múltiples realidades y que es válida para organizar la vida de una persona. Estamos sumergidos en unos parámetros temporales de una rigidez tan abrumadora que nos hemos olvidado de respirar, de detenernos a escuchar el entorno que nos rodea, a observarlo con calma y humildad. Todo está regulado por el tiempo en sus distintos intervalos. Podemos hablar de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses o años, todo se reduce a lo mismo: MEDIR. Medimos el tiempo obsesivamente y lo organizamos acorde a unos ritmos que parecen estar bastante alejados de nuestras necesidades naturales. Comemos a una hora concreta porque es la “hora de comer”, no porque realmente tengamos hambre.


¿Alguna vez te has parado a observar las conductas que hemos automatizado según estos parámetros de medición creados por el ser humano? Cuando lo haces, empiezas a ver cosas que no encajan. La primera de ellas es que no existe la vida sin tiempo. Nadie en la actualidad concibe su vida sin la medición del mismo, ya sea directa o indirectamente. Nos hemos atado a un reloj que condiciona prácticamente todo aquello que hacemos. Un sistema tan exacto de medición y a la vez tan subyugante, dictando los ritmos de una existencia enlatada. Jornada laboral, vacaciones, días festivos, telediarios, comercios o colegios, son ejemplos de una organización social regida por un concepto abstracto que boicotea los ritmos circadianos cada día. El valor del tiempo depende de muchas variables. Hemos convertido éste en la moneda de cambio para obtener el dinero que nos permita vivir.

¿Cuan valioso es el tiempo en esta vida? Probablemente la gran mayoría de las personas eviten hacerse esta pregunta a pesar de que todas ellas saben la respuesta. Lo evitan porque son plenamente conscientes de que el tiempo solo corre en una dirección y además no se puede recuperar. Se trata de una visión del tiempo lineal, es decir, es limitado, finito. Es algo intangible que se nos escapa entre las manos y que jamás volverá. No regresaremos a nuestros doce años ni podremos detenerlo cuando estemos radiantes de felicidad. Es algo que no deja de avanzar, al menos según la concepción occidental. Entonces, ¿cómo nos disponemos a utilizarlo?

En las culturas que conservan prácticas de vida ancestrales hemos podido observar que es un concepto sin valor (en muchas ni siquiera existe) y que los ritmos vitales se rigen por un orden natural. No hay interés en medir nada, la vida transcurre desde una visión plena, ajena al segundero del reloj. Esto facilita mucho las cosas cuando hablamos de estar presentes y de sentirnos conectados al momento que estamos viviendo. No hay prisa, no hay necesidad de terminar puesto que lo importante, lo relevante, es sentirse ahí: dentro.


Desde esta perspectiva aún podemos conectarnos con algo que, aunque efímero, es realmente poderoso. Se trata de los procesos de abstracción a los que la música puede llevarnos. Estados meditativos donde no tiene cabida el tiempo ni el espacio, donde todo sucede y avanza hacia el centro fundamental. Entramos en una concepción ancestral de la música que no cuestiona, no juzga y no limita. Algo que simplemente ES. En Bali lo conocen como “la otra mente” y es un estado de consciencia profunda sobre la verdadera naturaleza del ser. En la cultura Venda (Sudáfrica) lo llaman “música para SER” y es aquella que incrementa y expande la conciencia humana. En India lo conocen como el sonido interno “Naad” que nos conecta con la esencia de lo que somos.

Nuestros valores de tiempo quedan en suspenso y se produce un abandono del Yo en el Ser. Algo que aporta luz sobre nuestra existencia y que concede la oportunidad de conectarnos con la esencia. La música tiene esa capacidad mágica de elevarnos por encima de creencias, leyes y pensamientos. Alberga la esperanza de transformarnos o al menos, de concebir ciertos parámetros desde una perspectiva menos lineal y cerrada. Cuando conectas así contigo y con tu naturaleza, hay una parte de ti que se empieza a fijar en una rendija de luz que ahora ves con claridad. La posibilidad de suspender el tiempo para sentir, otorga un valor diferente al hecho de crear música y permite que podamos entenderla desde una perspectiva más profunda. Esa luz nos llama y nos invita a explorar… aquí comienza un viaje real de apertura hacia un estado de plenitud que toda persona puede emprender.

Tato Sáenz

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